El efecto dominó

Artículo explicativo del por qué de las conductas de ayuda. 

11 NOV 2013 · Última modificación: 26 OCT 2020 · Lectura: min.
¿Qué es el efecto dominó?

Hace tiempo viví una de esas situaciones entrañables en los que uno se dedica unos minutos a pensar sobre cómo y porqué reaccionamos como lo hacemos. Era hora punta en un autobús urbano del sur de España. El calor y la gente hacían una combinación incómoda para un trayecto largo. A medida que nos acercábamos al centro, el autobús se llenaba y ya no había sitio para todos.

Enfrente de mí estaba una mujer de avanzada edad, sujetando varias bolsas de la compra y con cierta expresión de cansancio, a la que le ofrecí mi sitio. A partir de ese mismo instante y como si de unas fichas se tratase, empezó a surgir el efecto dominó: todos los jóvenes que habían subido en las primeras paradas y tenían asiento, le fueron cediendo su sitio a las personas mayores que se quedaron de pie. ¿Por qué esa reacción en cadena?

Empiezo por lanzar una hipótesis al aire partiendo del elemento más primitivo hasta su implicación más evolucionada: la imitación como fuente de conocimiento. Llegamos al mundo dispuestos a aprender de lo que nos rodea todo aquello que nos sirva y  la referencia de nuestros semejantes, funciona algo así como la  hoja de ruta que nos guía.

¿Qué es el efecto dominó?

Imitando aprendemos aquello que no sabemos hacer por nosotros mismos, pero también funciona como un poderoso sello de identidad que nos protege de nuestro propio cuestionamiento. En las mayorías recae el peso de la  decisión, la discrepancia se diluye cuando aparece el  grupo y en los grupos encontramos el refugio de nuestra individualidad. Pero no imitamos de manera arbitraria, solo aquello con lo que nos identificamos, como pudo ser en este caso una conducta  de ayuda y que además nos devuelve una imagen de nosotros que nos reafirma.

Una parte importante de la imitación la hacemos por similitud, desde lo más evidente hasta lo más simbólico: con los de nuestro género, con los de nuestra raza, con los de nuestra tierra, con los de nuestra condición social…con nuestro grupo de edad: los jóvenes imitando a los jóvenes. Así, el consenso social, el  compartir con otros  ideas o actitudes nos ayuda a sentir que pertenecemos y que estamos respaldados. Es por eso que nos apuntamos a grupos de todo tipo (de lectura, políticos, religiosos, de ocio) y sin darnos cuenta lo hacemos también a los que se forman de manera  espontánea en nuestro día a día: el grupo de los que se quejan en la cola del banco,  el de los que se emocionan en la sala de un cine, el de los que pasan frío para fumar en la puerta de un bar, el de los que se levantan en el autobús con miradas cómplices.

El efecto dominó

Y es que pertenecemos de manera invariable a nuestro contexto, que no nos es ajeno, que nos contagia.  De la misma manera que varias personas pueden echar a correr sin saber a dónde ni por qué ante una señal de alarma en las llamadas reacciones de “histeria colectiva”,  también en lo que se refiere a conductas prosociales, lo que los demás hagan nos repercute: observen cómo se ve condicionada la suerte  de los artistas que ponen música  a los clientes  de la terraza de un bar en función de la generosidad con la que respondan los primeros a los que se  acerquen.

Y tratándose de ayudar, aun en esta  insignificante  porción que se nos muestra al alcance de lo cotidiano, no está de más rescatar la paradigmática teoría de la difusión de la responsabilidad: cuantos más testigos presencien una situación de emergencia, menor es la probabilidad que hay de hacernos  cargo de lo que nos toca a título individual, porque la responsabilidad que sentimos se reparte de manera proporcional a los espectadores.

Seguramente es por eso que en las grandes ciudades somos más capaces de obviar lo que los demás necesitan de nosotros. Quizás por eso no suceda lo mismo en pueblos más pequeños. Quizás un espacio más reducido, nos coloca en el necesario lugar de protagonismo del contexto que nos incluye: un aula, un supermercado, una tienda… un autobús. Cualquiera que fuera la razón, el caso es que ese ambiente impersonal de un trasporte cualquiera se convirtió en una experiencia de consideración mutua y lo que hasta entonces  había sido un día cualquiera pasó a ser una escena digna de recordar.

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Escrito por

Dra. Aurora Gardeta

Licenciada en psicología con máster en psicoanálisis clínico. Doctorada en Psicología Clínica y de la Salud. Miembro titular en la Asociación de Estudios Psicoanalíticos de Salamanca. Especialista en trastornos de pánico, mediadora en educación sexual, habilidades sociales y ansiedad.

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Bibliografía

  • Meltzoff, A. N., & Decety, J. (2003). What imitation tells us about social cognition: a rapprochement between developmental psychology and cognitive neuroscience. Philosophical transactions of the Royal Society of London. Series B, Biological sciences, 358(1431), 491–500. https://doi.org/10.1098/rstb.2002.1261
  • Hopkins, Z. L., & Branigan, H. P. (2020). Children show selectively increased language imitation after experiencing ostracism. Developmental psychology, 56(5), 897–911. https://doi.org/10.1037/dev0000915

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