El ruido social entorpece nuestra voz individual, perturba nuestro silencio interior
La sociedad actual viven en una neurosis constante que proviene de una incongruencia entre las normas sociales y los deseos personales.
Ya desde que nacemos nos desarrollamos en un ambiente que nos va forjando en unas conductas socialmente aceptadas y nos inhibe otras no aceptadas. De esta manera, en niño identifica que está bien y mal en base a apoyo o retirada del amor de los padres, como castigo o recompensa.
Y poco a poco, aprendemos a desoír los deseos y necesidades personales a favor de unos cánones impuestos externamente: belleza, educación, roles profesionales, roles familiares, orientación sexual, sentimientos calificados como inapropiados, malos, inmoral…
La voz de los padres perdura más allá de la niñez en nuestro interior y se convierten en lo que Freud llamó Super yo, y lo que los gestálticos llaman “el perro de arriba”. Una voz que nos dicta por encima de todo instinto y sentimiento visceral que es lo que debemos y no debemos ser, sentir o hacer.
Por eso desde terapia se guía a la persona a recuperar la voz de lo que tanto tiempo ha estado callado, reprimido y negado. Se trae al consciente esas necesidades que nunca se aceptaron, que nunca se satisficieron, eso que nunca nos dejamos sentir y eso que no nos permitimos ser. Y cultivamos la autenticidad de la persona, dándole permiso para explorar en su ser y volver a conocerse; reconocerse en este caso.
Y es aquí donde el silencio también juega un papel importante. El silencio, ese estado de calma y de “dejar venir lo que tenga que venir” desde el vacío es un estado difícil de sostener pero muy beneficioso. Ya que tendemos a llenarnos la cabeza con un discurso constante, una conversación entre nuestras parte en desacuerdo y muchas otras distracciones que nos alejan de la calma del estar aquí y ahora y nos llevan al pasado y al futuro.
Los estados de meditación, por ejemplo, se basan en el principio del aquí y el ahora. Dejando salir lo emergente del momento sin quedarnos fijados en ningún pensamiento, procurando no intentar llenar la nada de algo. Y cuando no caemos en esta compulsión de llenar los vacíos internos, es cuando se nos presentan delante de nosotros como son, y podemos aceptarlos como tal, sin miedo a ellos, sin miedo a encontrarnos con nosotros mismos.
El silencio interior deja emerger una voz que surge de lo profundo y que nos habla de necesidades, de genuinidad, de deseos y de vacío. Escuchémosla, tendrá mucho que decirnos, y podremos aprender mucho de ella.
Siempre habrá tiempo de volver al ruido exterior y atender su demanda, siempre habrá tiempo de volver a los debería y tengo que. Lo sano es conocer los límites de cada uno y reconocer cuando podemos atendernos a nosotros y cuando tenernos que atender la exigencia social, encontrando un equilibrio entre ambas partes.
María Polite.
Centro Pamplona
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