Los problemas psicológicos como problemas existenciales

Y cómo pensarlos de esta manera puede abrirnos un horizonte de autoaceptación y crecimiento. En este artículo encontraras una propuesta para pensar libremente sobre aquello que te aflige.

26 ABR 2024 · Lectura: min.
Los problemas psicológicos como problemas existenciales

Si preguntamos al grueso de la población sobre la naturaleza de los problemas psicológicos, nos encontraremos con una variedad de respuestas que, cuanto menos, nos harán dudar y harán que este tema parezca algo misterioso y oscuro. Incluso dentro de la comunidad científica encontramos ciertas disidencias entre los expertos.

La importancia de una comprensión precisa de aquello que nos ocurre radica en un aspecto seriamente pragmático: ya no es solo que debamos comprender algo tal y como es, por amor a la ciencia, sino que la manera en la que lo comprendamos dictará la forma en la que pensemos y tratemos sobre ello, lo cual afectará tanto a la manera que tengamos de relacionarnos con nosotros mismos, como a la relación y al enfoque que nuestro terapeuta tenga con nuestro problema. En este artículo hablaremos de la naturaleza existencial de los problemas psicológicos y de la importancia pragmática de defenderla. Ya que, pensarnos de esta manera nos abrirá un nuevo horizonte hacia el crecimiento.

La naturaleza existencial de los problemas psicológicos

Podríamos decir a grosso modo que existen dos maneras de considerar los problemas psicológicos: las esencialistas, las cuales han dominado hasta la actualidad y de las cuales siguen existiendo algunos vestigios, y las contextuales o existencialistas.

Las consideraciones esencialistas sobre los problemas psicológicos o enfermedades mentales encuentran su origen en la psiquiatría, y vienen a decir que un problema o enfermedad mental se debe a una alteración en el cerebro. Tener una zona afectada o que me falte dopamina son explicaciones psiquiátricas y esencialistas sobre lo que nos ocurre. Asimismo, y más moderadamente, encontramos personas que nos hablan de que los problemas psicológicos encuentran su causa en una personalidad defectuosa. Si intercambiamos personalidad por cerebro estamos ante explicaciones similares. En ambos casos, también, los problemas o enfermedades se presentan como entidades fijas e inamovibles. Son enfermedades en un sentido casi idéntico al de la medicina. Pero esto va de psicología y no de medicina, tampoco de psiquiatría.

En oposición, tenemos las consideraciones contextuales. Si las esencialistas son consideraciones fijas, médicas y que ponen su foco en defectos de serie del organismo, las contextuales son dinámicas, existenciales y ponen su foco en la biografía de las personas, en la interacción constante persona-ambiente que es la vida misma. Entendámoslo con un ejemplo:

Josefina es una chica de 18 años diagnosticada de ansiedad y depresión. Sin ir mucho más allá, un enfoque esencialista pondría el foco en su cerebro o su personalidad, y o bien administraría un fármaco como si de un virus se tratase, o bien señalaría los errores de la personalidad de Josefina que la han llevado hacia donde está, emprendiendo quizás un tipo de psicoterapia capaz de hacer sentir culpable a Josefina por como es. Pero si ponemos el foco en la historia de vida que es Josefina, encontraremos cierto sentido a todo lo que le ocurre. Josefina creció en una familia acomodada en el centro de Granada.

Sus padres eran un médico y una abogada que, provenientes de una clase trabajadora y humilde, se habían sacrificado muchísimo para conseguir buenos trabajos y dar una vida cómoda a su hija. Ellos le repetían siempre todo lo que hacían por ella y depositaban grandes expectativas. Si aprecias todo lo que hacemos y te esfuerzas, tendrás una vida exitosa. Para sus padres, todo era por amor. Se sacrificaban por ella, esperaban mucho de ella, la alentaban a la excelencia, la premiaban cuando la conseguía y la azuzaban cuando se desviaba del camino. Pero no es oro todo lo que reluce, y tampoco una buena intención salvó el mundo. Donde para ellos solo había amor, para Josefina había condicionalidad y presión.

Josefina se sentía constantemente pendiente de un hilo. Solo recibía el amor de sus padres cuando cumplía esos estándares de excelencia, y ella sabía que en cualquier momento se podía fallar. Además, si solo recibía elogios al hacerlo bien, era lógico derivar la conclusión de que el amor de sus padres no era incondicional, que no amaban a Josefina, sino que únicamente amaban a la Josefina exitosa e impoluta. Josefina sabía lo que se jugaba en cada examen, en cada ocasión en la que se mostraba al mundo: se estaba jugando el amor de sus padres y el reconocimiento de su valía. Hasta el momento iba tirando. Era una chica guapa, educada, con buen gusto y sacaba dieces en todo.

La naturaleza existencial de los problemas psicológicos

Experimentaba mucha ansiedad ante los exámenes, pero cada sobresaliente era para ella un bálsamo de alivio. Sobre la duda fundamental de su valía, fue capaz de ir creándose una coraza de excelencia. Ella, en efecto, era inteligente, exitosa y guapa. Ah, si, y guapa. Anuncios de televisión con cuerpos esbeltos de mujer, elogios a su delgadez y delicada figura, acoso a las otras chicas que no encajaban en esos cánones… Ah, si, ser guapa y delgada también era un componente de éxito y un alivio. En definitiva, hasta los 18 años recién cumplidos, el castillo de naipes de Josefina se sostenía. Pero Josefina comenzó la universidad. La presión aumentó, y el agotamiento acumulado tras tantos años de presión y sacrificio por fin hizo mella en ella. Un 4 en su primer examen: dudas y ansiedad.

La cabeza plagada de pensamientos ("y si todo era mentira"; "y si no soy tan lista"; "decepcionaré a todo el mundo"), el resultado: falta de concentración y confianza. Segundo examen: un 3. Presa del pánico, Josefina sigue forzando la máquina. Si no cumple, no será digna ni de amor ni de reconocimiento por parte de nadie. Al menos, así lo cree ella. Pasó de estudiar 6 a 10 horas. Sacrificó el gimnasio y el tiempo para socializar. Pero los resultados no llegaban, estaba ahogada en un mar de miedo y angustia. Para colmo, no hizo amigos y comenzó a engordar. Donde antes había cierto orgullo y alivio por ser exitosa, ahora solo había culpa y decepción. Comenzó a encerrarse en casa y a faltar a clase.

No quería que nadie viera el fracaso en el que se estaba convirtiendo. Llegó un tiempo en el que solo dormía y veía series. La decepción y el empobrecimiento de su vida derivaron en una profunda tristeza. El diagnóstico es ansiedad social y depresión severa. ¿Está Josefina enferma? ¿Realmente hay algo defectuoso en Josefina, o cualquiera de nosotros y nosotras, bajo condiciones similares y extremas, podríamos llegar a entristecernos, dudar de nosotros y creer realmente que nuestra dignidad como personas se encuentra en el grado de excelencia que somos capaces de alcanzar? Dejo estos interrogantes a la reflexión personal. Pero un psicólogo contextual diría que no. Diría que aquí no encontramos nada más ni nada menos que el dolor y la complicación de una vida difícil.

Y ahora bien, ¿qué diferencia existe entre pensar en Josefina como enferma y pensar en Josefina como persona inmersa en el drama de la vida, sujeta a unas condiciones y habiendo aprendido ciertos estándares sobre la valía personal? Fácil. Si Josefina se piensa a sí misma como defectuosa: la culpa se multiplica, la autoestima mengua y su esperanza en el cambio desaparece. Pero si Josefina se piensa a sí misma de la otra manera que hemos planteado: no se culpará, entenderá que ha creído y vivido como se la ha enseñado, y que siendo todo esto materia de aprendizaje, puede desaprender y construir otras creencias que no la asfixien tanto. Y que si su malestar no es una condición innata, sino más bien el rumbo que estaba tomando su vida, en efecto, ella puede coger el timón y virar hacia el cambio que desee. Esa, ni más ni menos, es la crucial diferencia entre entender lo que nos ocurre. De una manera nos plegamos sobre nosotros, de la otra, nos abrimos al mundo y nos vemos capaces de dirigirnos hacia donde queremos.

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Escrito por

Angel Ayala

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Bibliografía

  • Pérez Álvarez, M. (2004). Contingencia y drama: la psicología según el conductismo. Minerva Ediciones.
  • Yalom, I. D. (2010). Psicoterapia existencial y terapia de grupo. Paidós.

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