¿Qué hacer para que el mundo sea como queremos?

​Mi función docente durante más de un década y unos cuantos años menos como terapeuta Gestalt, me han ayudado a reflexionar sobre las circunstancias actuales de la educación.

23 ENE 2017 · Lectura: min.
¿Qué hacer para que el mundo sea como queremos?

Mi función docente durante más de un década y unos cuantos años menos como terapeuta Gestalt, me han ayudado a reflexionar sobre las circunstancias actuales de la educación que, en realidad, no son más que el reflejo de las circunstancias del mundo que nos ha tocado vivir.

Decían el matrimonio Polster: "Allí donde hay gente unida por algún tipo de vínculo, podemos actuar desde el espíritu gestáltico". Las aulas de nuestros colegios, institutos y universidades, están repletas de personas vinculadas entre sí, a través de lazos emocionales, que de ninguna forma, se contemplan en los currículos vigentes de nuestro sistema educativo español. A lo máximo que podemos aspirar, sería al apoyo individual que se brinda en ocasiones a nuestros alumnos, siempre desde el enfoque formal de la transmisión de información, sin contar con un mínimo de trabajo de introspección y auto conocimiento.

Al igual que en la terapia gestalt, contemplamos al paciente desde un punto de vista holístico, es decir, el profesional guía y acompaña al paciente para que tome conciencia de su realidad interna. Se trabaja el "Aquí y Ahora", liberando el presente de las interferencias del pasado que están impidiendo que se haga responsable de su vida, facilitando que sea él quien decida libremente el rumbo que quiere seguir, incorporando recursos y nuevas herramientas. Los educadores, deberían contemplar la educación como un proceso de desarrollo en el autodescubrimiento, fomentando un incesante cambio creativo en nuestros alumnos, no tanto con el enfoque tan formal anteriormente mencionado, sino desde la totalidad del discente, atendiendo al conjunto de sus aspectos como persona, no sólo a su capacidad cognitiva, sino también a sus emociones y a su cuerpo.

Una docencia que no atienda tanto a las relaciones de manera unidireccional (profesor que enseña y alumno que recibe la enseñanza) y si lo haga desde la totalidad del sistema de relaciones que se dan en los centros educativos, prestando suma atención a aquellos conocimientos y destrezas esenciales para la vida. Atender a la globalidad del alumno, no sólo por su mente, sino también por su cuerpo y espíritu, dando oportunidad a experimentar su sensibilidad y compasión entre compañeros, profesores y familias, de forma equilibrada, dentro y fuera del aula, fomentando con ello un ambiente cooperativo, para la adopción de decisiones colectivas responsables, que en tan pocas ocasiones están recogidas en nuestros programas educativos.

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La UNESCO, en el llamado Informe Delors, establece que "mientras los sistemas educativos formales propenden a dar prioridad a la adquisición de conocimientos, en detrimento de otras formas de aprendizaje, importa concebir la educación como un todo".

Por otra parte, habla también de los cuatro pilares básicos que la educación debe cubrir en este milenio que se inicia:

  1. Aprender a conocer, dominar los instrumentos del conocimiento combinando una cultura general suficientemente amplia con la profundización en un pequeño número de materias. Implica, además, aprender a aprender para ser capaz de aprovechar las posibilidades de una educación continuada a lo largo de la vida.
  2. Aprender a hacer, es decir adquirir las competencias personales y sociales que nos permitan sacar el máximo rendimiento a las posibilidades del trabajo en equipo, a la toma de decisiones, etc.
  3. Aprender a convivir, como uno de los retos más importantes que supone desarrollar la comprensión del otro y el respeto por los valores del pluralismo y a la vez de la interdependencia. Obviamente, para descubrir al otro debemos conocernos también a nosotros mismos.
  4. Aprender a ser, entendido como el desarrollo y florecimiento de las potencialidades de cada persona. Una educación integral que posibilite estar en condiciones de actuar con autonomía y responsabilidad personal: una educación para la persona.

Tengo que admitir que en mi experiencia profesional como docente, he tenido la oportunidad de trabajar en diferentes colegios privados tanto españoles como extranjeros. En algunos de ellos, de forma residual, he comprobado pequeños atisbos en sus innovadores "currícula". Desafortunadamente, carezco de la experiencia del sistema público, pero cuento con la información de compañeros, amigos y colegas que si están inmersos en ese contexto y aunque también existen ínfimos atisbos al respecto, desgraciadamente, al igual que en la enseñanza privada, también se presentan en sistemas deficitarios al no contemplar la educación como algo mucho más humano de lo que se entiendo por el momento desde las instituciones de los diferentes gobiernos que nos han precedido hasta la actualidad.

Coincido con Claudio Naranjo cuando decía que todo educador debiera adquirir un repertorio de habilidades que incluyeran, entre otras, la capacidad de facilitar una comunicación sincera entre sus alumnos -responsabilizándose de sus consecuencias-, la capacidad de reconocer y expresar las propias percepciones, tanto de sí mismo como de los otros, y la de desarrollar su propia empatía y mantenerse alejado de los juegos del ego... La reflexión que me inspiran sus palabras me hacen caer en la cuenta de la cantidad de reformas educativas por las que vamos pasando frecuentemente, sobre todo en los sucesivos cambios de gobiernos, tanto nacionales como autonómicos, y las pocas actuaciones que se han llevado a cabo en los programas académicos universitarios para los profesores de este país, sobre todo a la hora de trabajar la autoestima de dichos profesionales.

Podemos considerar la autoestima como estado mental formado por emociones y pensamientos sobre nuestra persona mediante el cual nos autoevaluamos de forma positiva o negativa. Gracias a la autoestima aprendemos y decidimos qué podemos cambiar y qué podemos mantener para mejorar las metas que queremos alcanzar.

Por lo tanto, la autoestima es una de las necesidades básicas del ser humano. Gracias a la motivación se origina la necesidad al cambio. Cuando fomentamos la motivación en los niños, es necesario recordar que para inculcar una sana autoestima, debemos conocer la propia.

Si contextualizamos la educación en el triángulo escuela, familia y sociedad, no deberíamos dejar pasar por alto la importancia de uno de los mecanismos interruptores del ciclo gestáltico: "la proyección". Los padres con poca autoestima tienden a prolongarse en la autoestima de sus hijos.

Es muy importante conocernos a nosotros mismos, cuando queremos motivar a nuestros hijos. Los ejercicios de introspección nos hacen tomar conciencia con nuestro autoconcepto. No podemos pretender fomentar una autoestima sana si nosotros no la tenemos, de la misma manera que no podemos negar a nuestros hijos que fumen si nos han visto hacerlo.

Muchas veces, sin darnos cuenta saciamos necesidades mediante la realización de éstas en nuestros hijos.

Bajo ningún concepto, la autoestima de los hijos, tienen que ser igual a la de los padres. (ejemplo: "ésta por mamá").

Los padres con autoestima baja, tienden a proyectarse en la autoestima de sus hijos, queriendo que los niños hagan cosas que ellos no pudieron hacer en su infancia, mostrando desilusión, enfado y apatía cuando sus hijos no lo consiguen. Con esto conseguimos que los niños actúen para agradarnos y no conforme a sus expectativas. Esto en el futuro, les va a influir en cómo se van a relacionar con los otros, ya que buscarán la aprobación de lo que hacen en los demás.

Cuando son pequeños, actúan con los padres como modelos a seguir, imitando su conducta.

Después va desapareciendo y en la adolescencia, tiene muy poco peso, pero es muy importante esta etapa evolutiva porque es aquí dónde se consolidan los estilos de vida que se llevarán a cabo en el futuro. Por esto, los valores hay que inculcarlos antes, en la infancia.

Se pueden sentir amenazados por la autoestima sana de sus hijos, ya que mostrarán conductas de independencia y autonomía, y lo pueden percibir como un rechazo a su persona.

No saben reforzar la conducta de sus hijos, se frustran ante sus fracasos, porque les ven incapaces de triunfar, se avergüenzan de ellos y les hostigan. Y si triunfan, se atribuirán los méritos como propios. También aparecen los sentimientos de culpa y tristeza como claros indicadores de motivos de consulta terapéutica.

Todos queremos sentirnos satisfechos, vivir en un mundo mejor, el bienestar social, … Como terapeutas ¿qué hacemos para colaborar a que el mundo sea como queremos? Esta contribución no está en "curar" a nuestros pacientes, ni en "formar" a nuestros estudiantes sino en arriesgarnos, cada uno de nosotros, a subir la intensidad de nuestros "maravillosos poderes infantiles".

Julián Arranz - MPS. Nº Colegiado: 0209

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Escrito por

Julián Arranz y Silvia Mª Bartolomé

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