¿Cómo actuar ante comportamientos irracionales de los demás?

Muchas veces nos encontramos con personas que nos hacen sentir incómodos, o molestos o violentos, y tendemos a responder con la misma moneda sin darnos cuenta, empeorando así la situación

14 AGO 2018 · Lectura: min.
¿Cómo actuar ante comportamientos irracionales de los demás?

¿No os ha pasado que hay ciertas personas que tienden a comportarse de manera tóxica con los que les rodean, haciendonos sentir culpables de sus problemas, incómodos ante determinadas contestaciones, impotentes ante sus argumentos irracionales o violentos?

Antes estas formas de actuar a veces cedemos, actuando de manera pasiva y dándole a la otra persona la razón, aunque no la tenga. Este tipo de afrontamiento de los problemas o de relacionarse con los demás es el pasivo o inhibido. Nos evitamos un problema inmediato, pero acrecentamos el malestar a largo plazo. Si nos autoconvencemos de forma sistemática de que nuestros deseos o sentimientos no son importantes, y que los de los demás tienen más peso, sentimientos negativos se acumularán como agua en un baso, o como presión en una olla, hasta que esta revienta. Aparecen trastornos (ansiedad, depresión, etc.) y/o explosiones de agresividad e irritabilidad dirigidas hacia los que más queremos o con los que tenemos mayor confianza (cuando nunca debería de ser así, sino todo lo contrario), desencadenadas por detalles nimios. Pasa aquí a desarrollarse un patrón de afrontamiento de los problemas y de relación con los demás pasivo-agresivo.

¡Ojo! A veces no queda otra que ceder

Si tenemos un perro habriendo y rabioso delante de nosotros, obviamente tendremos que darle nuestra chuleta. ¿Por qué en esta situación está bien ceder y otras veces no? En esta situación estamos salvaguardando un objetivo y necesidad básico para nosotros: la supervivencia. Nos favorece. No nos autoconvencemos de que nuestra chuleta no nos es importante, sólo la cedemos esta vez, momentáneamente, para obtener un beneficio mayor. Esto es lo que se llama pasividad externa, porque internamente, todavía sabemos que queríamos la chuleta, pero que por una necesidad de supervivencia tuvimos que cederla. Es lo mismo que cuando le hacemos caso a nuestro jefe para que no nos despida. Este tipo de pasividad es productiva, ya que sacrificamos un deseo inmediato por un bien mayor. Por ejemplo, en la convivencia, discurtir continuamente por nimiedades puede desencadenar males mayores, como una atmósfera negativa (que en una pareja puede acabar por ruptura).

La pasividad interna es contraproducente, ya que sistemáticamente te autoengañas diciéndote a tí mismo/a que tus deseos o sentimientos no eran tan importantes, y acabas cediendo por no discutir con la otra persona por miedo a que te rechace y/o devalúe. Aumentará vuestro malestar, ya que estaréis pendientes continuamente de contentar a todo el mundo, basándose en la creencia irracional de que tenemos que ser queridos por todos, que nos deberían de aprobar, y que tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano para que eso se cumpla, aunque tengamos que renunciar a nuestros derechos, deseos y sentimientos, y si resulta que no nos aprueban, significaría que no valdríamos nada como persona. Esto, lógicamente, es una falacia. Nadie vale ni más ni menos que nadie. Es cierto que la aprobación de los demás en agradable, pero no tendría que ser el centro de nuesta autoestima, ante todo porque muchas veces su aprobación no depende de nosotros. Podemos estallar de puro agotamiento con gran ansiedad de tanta servidumbre hacia los demás y tan poco respeto hacia nosotros mismos, desbordándonos a favores con los demás y haciendo todo lo que nos interesa mal por cansancio, porque quien mucho abarca poco aprieta.

Por otro lado, otras veces respondemos con la misma moneda: atacamos. Si nos hacen sentir culpables, les haremos sentirse avergonzados; si nos gritan, gritaremos más todavía; si el otro no hace nada en casa, nosotros menos; si nos responden con indirectas agresivas falsamente bienintencionadas, nosotros también, y con sarcasmos e ironías. Esta forma de afrontar este tipo de problemas se llama agresivo. Sólo vemos nuestras preferencias (que convertimos falsamente en necesidades), deseos y sentimientos, sin tener en cuenta los de los demás. Nos dejamos llevar por nuestras emociones y no empatizamos con la otra persona, sólo vemos sus agravios, empezamos a devaluarla como persona y ver todos sus aspectos negativos. La leyenda urbana de que "descargar" la agresividad es sano, es sólo eso, leyenda. Cuanto más os enfadéis, más ira y rencor tendréis dentro, veréis a la gente de manera más exigente, con más fallos como personas, juzgándolas y categorizándolas en adjetivos devaluativos (vago, egoísta, estúpido, etc.), y peor os sentiréis también por vuestros comportamiento con los demás, que llegará un momento que no podréis controlar. Esto provoca un creciente malestar en tu interior por exigir erróenamente que los demás deben adivinar tus deseos y/o sentimientos (cuando los demás ya tienen bastante con los suyos propios), que tienen que darle más importancia que tú para que puedas ser humilde a sus ojos y que deberían de darse cuenta si no son unos egoístas. Esto, obviamente, casi nunca se cumplirá. Un ejemplo típico es cuando contestamos agresivamente a nuestra pareja cuando nos pregunta que qué nos pasa ("¡Cómo que qué me pasa! ¿Tú que crees? Piénsalo). La gente os evitará, ya que le haréis sentir incómodos, violentos e incomprendidos. Con esto no me refiero a que paséis a ser pasivos, ni mucho menos.

Para poder descargarse de manera sana, lograr agradar a los demás, manejar los problemas de una manera eficiente y lograr tus objetivos y deseos sin pisar los de los otros, la mejor manera de comportarse es la asertividad. En la asertividad defendemos nuestros derechos, sentimientos, preferencias y opiniones de manera adecuada, comprendiendo a la otra persona y respetándola, hablando con un tono adecuado, sereno, firme y claro, teniendo también en cuenta los derechos, sentimientos y preferencias de la otra persona. Se trata básicamente de:

  • aceptar el comportamiento irracional de la otra persona, es decir, de comprenderlo, no de compartirlo. Todos somos seres humanos y todos nosotros en algún momentos nos hemos comportado de manera irracional, ya sea por nuestras circunstancias, estado de ánimo, aprendizaje, etapa en la vida, etc.
  • Comprendido esto, podemos empezar a calmarnos y calmar a la otra persona para poder hablar del problema de manera adecuada.

Si no nos es posible calmarnos, lo mejor es emplear "tiempo fuera", es decir, informar a la otra persona de que él y/o nosotros estamos demasiado enfadados como para poder hablar del problema, y que lo mejor sería hablar en otro momento sobre el mismo.

Una manera de calmar a la otra persona es que esta se sienta comprendida. Simplemente con interesarse por su estado de ánimo y pedirle que nos explique de manera detallada qué es lo que le acucia, produce un efecto balsámico sobre el que está actuando irracionalmente. El problema empieza a analizarse, y a partir de aquí podemos encontrarle solución.

Ejemplo: "Veo que estás muy enfadado/a. ¿Qué te ha sucedido? Puedes decírmelo, intentaré comprenderlo y buscaremos juntos una solución para que no vuelva a suceder".

Al final, podemos hablarle serenamente de cómo nos hizo sentir su comportamiento agresivo de antes (que no él como persona, sólo su manera de actuar) y que preferiríamos que de ahora en adelante pudiera contar con nosotros para decirnos de manera abierta, honesta y asertiva qué problemas padece. Sólo el estamos informando (tenemos derecho a informar) de nuestros sentimientos, los cuales son reales y lícitos, y de lo que preferirías en un futuro.

Esto se aplica tanto a parejas, como a amigos, como a compañeros de trabajo, etc.

Con las personas criticonas, es muy eficaz ignorar los comentarios negativos que hace de los demás y reforzar los comentarios positivos haciéndole caso o asintiendo con interés. Al cabo del tiempo, suelen acabar hablando más favorablemente sobre los demás.

En resumen, la asertividad es un instrumento perfecto para respetar tus propios derechos, deseos y sentimientos como persona, sin pisar los de los demás, llegando a un punto intermedio mediante a la negociación calmada, empática y serena, sin abstracciones, es decir, informando detalladamente cuál es el problema y qué soluciones podemos llevar a cabo.

Esta habilidad nos permitirá estar más a gusto con nosotros mismos y con los demás, es la ley del "yo gano, tú ganas". Te vuelve más resolutivo y eficaz ante los problemas de la vida diaria.

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Escrito por

Jara Amaro

Jara Maro es licenciada en Psicología por la IE University y cuenta con un Máster en Psicología General Sanitaria por la Universidad de Santiago de Compostela. Las áreas en las que está especializada es en la psicología clínica y de la salud. En su consulta ofrece atención psicológica para personas adultas, parejas y personas de la tercera edad.

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