La ira, reduciéndola y controlándola con la empatía

Gracias a la empatía con nuestros propios sentimientos y necesidades y las del otro, y preocupándonos por aceptarlas y satisfacerlas, reduciremos nuestra ira, pues seremos más tolerantes.

7 MAY 2015 · Lectura: min.
La ira, reduciéndola y controlándola con la empatía

La ira es un problema que todos sufrimos en distintos momentos de la vida. Sin embargo, es necesario aprender a controlarla y disminuir su dimensión porque a todos nos hace sufrir.

Tengamos en cuenta, que como dicen los orientales, "bajo la ira, hay dolor".

Lo que subyace al enfado es la "no aceptación"... frecuentemente la no aceptación de nuestras propias necesidades insatisfechas.

Aunque ahora no vamos a hablar de cómo manejarla, sino de cómo reducirla a través del desarrollo de otra habilidad fundamental: la empatía. Y es que la empatía es crucial para reducir la intensidad y frecuencia de los ataques de ira.

Las personas con ira tienen dificultades, naturalmente,en esos momentos, con la empatía y el perdón. Sin embargo, la empatía es una habilidad que debe ser desarrollada y cultivada para no hacernos daño a nosotros mismos. La empatía es en parte inconsciente y automática, pero también es posible hacer una elección consciente y desarrollarla con la práctica.

Empatía consciente

La capacidad de sentir empatía comienza en el nivel inconsciente. Sin embargo, se puede desarrollar como habilidad consciente cuando una persona es capaz de entender los sentimientos e intenciones de otra persona y los suyos mismos. Por lo tanto, es posible volver a entrenar nuestro cerebro y ser más empático con esfuerzo y con una práctica consciente.

Para el desarrollo de la empatía, las experiencias pasadas de la persona dan una pista importante que facilita un conocimiento preciso, ayudando a comprender su mundo interior y su estado actual.

A veces lo inusual no es que tengamos esos incendios repentinos en nuestro carácter, sino la serenidad. El enfado se va convirtiendo en nuestra manera "frecuente" de ser ante la vida. Nos molestamos en demasiados momentos; nos volvemos susceptibles y salirnos de quicio es la nota recurrente.

El enfado puede estar dirigido contra una persona o una situación en particular. Se siente mucho tiempo y se experimenta como intolerancia, fastidio, hastío.

A su vez, se expresa por medio de las actitudes clásicas: gritar, permanecer inquieto y tenso, y tener siempre a mano un comentario de auto-descalificación o de crítica para los demás. Físicamente se puede manifestar a través del ceño fruncido casi permanente, apatía, problemas digestivos y, muy probablemente, dificultades para dormir adecuadamente.

Si ese es tu caso, lo más probable es que en realidad, estés enojado contigo mismo.

Las razones que te han impulsado a enemistarte internamente con lo que eres, seguramente tienen que ver con los modelos mentales que manejas inconscientemente. Hay unos parámetros que has elegido para evaluarte, sin tener muy claro por qué, y que solo están sirviendo para reprobarte una y otra vez. También hay experiencias no resueltas en tu pasado. Por eso te enojas, pero no lo sabes.

Cuando alguien está llorando, se podría pensar acerca de su situación y las cosas que le hacen sentir triste. Y cuando sientes el dolor del otro, te sientes triste también. La experiencia de cada uno es única, por lo que relacionarla con la propia experiencia puede no ser suficiente: la otra persona podría estar triste por diferentes razones que tú no entiendes o sobre las que no tienes conocimiento,pero si puedes identificarte con su dolor.

Liberarse para sentir empatía

Para ser empáticos, es necesario airear nuestros prejuicios. Con el fin de evaluar el dolor de la otra persona, antes hay que llegar a nosotros mismos, del mismo modo que hay que llegar a ella, conocer su vida, atender lo que tiene que decir, escuchar sus sentimientos y mantener una atención plena en el discurrir de la conversación.

Una vez que la persona se abre, puedes ser capaz de saber qué es exactamente lo que le está molestando. Este tipo de empatía requiere de un tipo especial de conexión. Un canal que a veces cuesta mucho abrir pero que se vuelve más fluido con la práctica. Y que dentro de nosotros mismos tenemos que cultivar toda la vida. Somos responsables de nuestros pensamientos y sentimientos pero es difícil reconocerlos y mirarlos con honestidad.

En este contexto, es importante entender que la empatía también implica la comprensión de pensamientos y acciones, y no solo las emociones. Para ser empático es necesario ir más allá de los sentimientos y también entender la manera de pensar, las intenciones y la percepción sobre el mundo de la otra persona.

Esto es lo que se llama preocupación empática. Las personas que son empáticas también tienden a mostrar mayor preocupación empática para otras personas.

Por lo tanto, si estás enfadado con otra persona, y que quieres reducir la intensidad de dicho enfado, es necesario que desarrolles ambas habilidades: la empatía y la preocupación empática. La empatía reduce la ira, ya que elimina los juicios negativos. Por su parte, la preocupación empática también reduce la ira, porque las respuestas tienen en cuenta las necesidades del otro,y las nuestras, y ayudan a reducir esas reacciones viscerales que caracterizan los ataques de ira.

Comprender al otro

En esencia, la empatía es una habilidad que se puede desarrollar y mejorar. Cuando se consigue, se adquiere una mejor comprensión del mundo interno propio y de la otra persona. Gracias a la empatía se puede reducir la ira porque se puede sentir más sensibilidad hacia las dificultades, problemas o situaciones que afectan al otro al comprender y aceptar los nuestros propios.

Si te perdonas a ti mismo, te comprendes y te aceptas, podrás perdonar a los otros. Si te quieres, querrás a los demás.

Hay una correlación negativa entre la empatía y la ira. La ira tiende a disminuir la capacidad de la persona para ser empático. Pero si muestras empatía con la otra persona, lo más probable es que no te enfades con esa persona.

¿Coherencia? Sí, algo que no tiene nada que ver con la justificación sino con la compresión de las razones que producen un comportamiento. Así, por ejemplo, entender las reacciones que motivan una agresión puede ayudar a impedir que no se vuelva a producir.

Un conflicto es la "representación mental" de unos acontecimientos o situación, una cosa son los hechos y otra las interpretaciones. Y es la interpretación de los hechos lo que enemista a las personas. De hecho, ­muchas crisis empiezan desde la pura nada: un silencio, una omisión, una presuposición, un olvido, una creencia, una petición no expresada, un derecho imaginario…

Todo problema tiene una o más soluciones, y ninguno carece de ella. Más bien las partes encontradas son las que necesitan solucionar sus posiciones mentales antes de poder negociar una salida justa y digna para todos. La realidad es que siempre hay una opción de acuerdo, lo que ocurre es que no gusta. Pero no todas las alternativas son fáciles, la paz también tiene un precio. El problema, el único, es que las partes no quieren pagarlo: desean una salida gratis, sin concesiones. No es realista.

Cada elección que tomamos es en el fondo una elección entre la paz o el conflicto. (La pregunta que hay que formularse es: ¿esta elección que voy a tomar aporta más paz o menos a mi vida?).

¿Qué hacer y cómo reaccionar en un desacuerdo? Cuanto antes se actúe, dentro de nosotros mismos, mucho mejor, porque cuando los ánimos se caldean, hace falta mucha agua para enfriarlos de nuevo. Cuando el problema empieza a hacerse visible, es el mejor momento para pararse; después ya puede ser tarde.

El proceso es predecible y todos lo hemos experimentado en alguna ocasión: aparece un desacuerdo que puede ser menor o mayor y que actúa como desencadenante, en una escalada de confrontaciones que acaban o bien en la resolución, o en un punto de no retorno que conduce a la explosión. Como el problema no ha sido resuelto, sino solamente sofocado por la fuerza, uno nuevo surgirá tarde o temprano como consecuencia del anterior.

Finalmente, ganar una confrontación es una victoria provisional. Puede tener beneficios, pero seguro que tiene también costes. Estos no siempre son evidentes. Para prevenirlos, las dos partes deberían evaluarlos, tal vez descubrieran que son superiores a las ventajas que se pretenden conseguir.

Por ejemplo, la ganancia de mantener un conflicto personal con tu pareja podría ser: sensación de control, manipulación, reforzar la autoimagen, ganar las luchas de poder, un desahogo, reconocimiento ajeno, tener razón y decir la última palabra… Todo lo que podríamos llamar jugar a los juegos superficiales del ego.

Y algunos ejemplos de los costes: poca colaboración y empeoramiento de la calidad de la relación, dificultades en el sueño y problemas de salud, pérdidas de tiempo y energía, pérdida de la confianza, empeoramiento de la comunicación, pérdida de la alegría, de la felicidad y paz interior… En fin, desatender las necesidades profundas del espíritu.

Hay que aprender a calmarse

Hay que tener en cuenta que la ira hace que las personas tengan dificultades para calmarse. Y la calma es crucial para la empatía, para poder entender efectivamente los pensamientos, sentimientos e intenciones de uno mismo y del otro. Así, al mostrar empatía con nosotros mismos y nuestras debilidades y con la otra persona, se pueden disminuir las reacciones violentas. Es fundamental que entendamos el verdadero motivo de nuestro propio enfado, que seamos honestos con nosotros mismos,pero también tolerantes y delicados, hablándonos con paciencia y cariño, como se hace con un niño.

Cuando la persona está enojada, es difícil tener en cuenta los pensamientos de la persona, sus sentimientos e intenciones. Esto, a su vez, intensifica la ira y hace que se juzgue mal a la otra persona. Eso hace que se le asigne una etiqueta a esta persona, por lo que todas sus acciones se verán a la luz de ella. Por eso es también importante trabajar en sus etiquetas y ser más objetivo.

Reaccionamos de forma diferente cada uno

Existen diferencias individuales en cómo la gente puede hacer frente a las provocaciones de la ira y reacciones agresivas. Algunas personas tienen un mejor entrenamiento para manejar la ira de otra persona. Tienen un mayor hábito de percibir el dolor, la vergüenza, la culpa, la tristeza, la soledad y los temores que les hacen enfadarse.

Estas personas son capaces de ponerse en sus zapatos y de entender su perspectiva, de controlar sus reacciones y empatizar consigo mismos tanto como con la persona que tienen al lado.

Sin embargo, otras personas son más sensibles e interiorizan mucho los enfados. También tienden a retirarse de aquello que para ellas es desagradable, inhibiendo la expresión de sus sentimientos con asertividad, de forma no inhibida, pero también no violenta, y, por lo tanto, acercándose a una comunicación satisfactoria.

La clave

Una vez que desarrollamos la capacidad de comprender el dolor que hay dentro de nosotros mismos y de los demás y la dinámica subyacente de nuestros comportamientos de ira y de los de la otra persona, así es más fácil hacer frente a esa reacción.

Estar a la defensiva y justificar el enfado puede ser contraproducente y no te hará una persona empática. Trata de escuchar los sentimientos de otras personas y los tuyos, conectando contigo mismo y con ellos y muestra sensibilidad hacia los demás y hacia ti mismo, para desarrollar la empatía y la preocupación empática. Hay técnicas en psicoterapia que nos impelen a hablar a nuestro niño interior, para que nos tratemos con la delicadeza y ternura con la que debemos tratar a un niño.

Blanca Isabel Soria Arranz

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Escrito por

Blanca Isabel Arranz

Licenciada en Filosofía y máster en terapia Psico-afectivo-sexual y de pareja. Formada en pedagogía y en sexología. Especializada en terapias de parejas (incomunicación, violencia verbal, infidelidad, celos obsesivos) y sexología (vaginismo, dolor coital, disfunción erectil, entre otras.)

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