La generosidad nos hace ser personas más felices

Según los sondeos de Gallup, los países más pobres del planeta se encuentran entre los más solidarios, lo que denota que la generosidad no tiene nada que ver con la situación económica que atraviesan esos países ni sus ciudadanos.

Los datos son claros al respecto: Myanmar, con un 70 %, y Laos, con un 63 %, se sitúan en los puestos altos de la tabla a pesar de su pobreza, frente a países más ricos. La generosidad de estos países pone sobre la mesa la contrariedad que existe entre la capacidad económica de los ciudadanos y su carácter solidario.

Cuando pensamos en solidaridad a menudo se nos viene a la mente las campañas que las oenegés realizan para captar fondos y los socios que generosamente hacen donativos para paliar las dramáticas circunstancias que atraviesan muchas personas. Pero la solidaridad es algo más que eso, es algo más que hacer un donativo de manera puntual, aunque, qué duda cabe, eso también ayuda, y mucho.

Según los datos aportados por la encuesta Gallup, casi un 30% de la población realiza algún tipo de acción solidaria. En nuestro país, el 28 % de los españoles llevan a cabo actos en beneficio de los más necesitados, ya sea aportando dinero en campañas concretas o de manera habitual, ya sea por medio de actividades que buscan concienciar y ayudar a los demás cuando más lo necesitan.

Además de los beneficios económicos que tiene donar dinero, y que pueden suponer un atractivo aliciente para muchos (desgravación fiscal), la generosidad conlleva otros beneficios emocionales que no debemos pasar por alto y que se hacen extensible a todos los actos de solidaridad que pueden realizarse, no solo a los donativos. Ser generoso puede aportarnos estabilidad emocional, por cuanto hace que nos sintamos mejor con nosotros mismos y alegres por la ayuda prestada. Además, nos hace ser más empáticos con los problemas y necesidades de los demás. Comprender la situación que atraviesan muchas personas hace que tomemos conciencia sobre lo que nos rodea y queramos colaborar para paliar ese sufrimiento. Por eso, ser solidarios también nos hace ser más empáticos y comprometidos con los demás, más sociables y más justos.

Colaborar en los comedores sociales, ayudar a enseñar un idioma a aquellos que llegan a un país nuevo, darles mantas y comida a los recién llegados, o compartir nuestro tiempo con aquellos que necesitan nuestra atención y ayuda (como las personas mayores que viven solas, por ejemplo) puede convertirnos en personas más sanas y saludables mentalmente. Porque el crecimiento personal que nos confieren tales actos, la sensación de plenitud total que sentimos cuando ayudamos a los demás y somos conscientes de ello, nos convierte en personas más felices y, a la larga, más sanas.

Esto no es algo que digamos al azar. Hay estudios que así parecen demostrarlo: cuando somos solidarios nuestro cerebro muestra un sentimiento grato de placer mucho mayor que el que podemos experimentar cuando nosotros somos los receptores. Y eso lo saben bien las personas generosas, que se sienten satisfechas y exultantes con cada acto solidario que realizan por las consecuencias que dichos actos tienen sobre los demás.

Por eso, la solidaridad, la generosidad humana no debe ser solo algo que ofrezcamos de manera puntual, cuando veamos un desastre natural en la tele o haya una crisis humanitaria, sino que debe ser una acción que realicemos siempre, porque, a la par que ayudamos a los demás, nos hará más felices.

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