Quiero ser como tú: la fábula del arbusto y el árbol

Anya, Tamí y Agus, nos guían a través de esta fábula para examinar nuestras percepciones sobre la realidad. Un escrito lleno de magia que te encantará.

11 AGO 2016 · Última modificación: 17 OCT 2016 · Lectura: min.
Quiero ser como tú: la fábula del arbusto y el árbol

Como cada mañana tras una fuerte tormenta de verano, Anya agitaba sus ramas de arbusto con mucho cuidado, para tratar de despojarse de hasta la última gota caída sobre ella la noche anterior. Lo hacía temerosa, despacio, su manera de hacerlo era ya todo un ritual; empezaba con un movimiento armónico y constante de lado a lado, que poco a poco se iba convirtiendo en un movimiento más enérgico, capaz de secar en gran medida toda el agua acumulada en sus pequeñas ramas.

Una vez secas siempre miraba al cielo, y se preguntaba cuánto tiempo tiempo de tranquilidad iba a tener esta vez. Cansada del sabor amargo al encontrar en el horizonte las nubes que anuncian tormenta, cerró los ojos y se quedó en silencio un largo rato.

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Normalmente, Anya solía enfrentar las tormentas con la mejor de sus caras. Su aspecto joven y fuerte y su optimismo, le habían dado fama de ser muy valiente.

Nada más lejos de la realidad, a Anya le pesaba cada vez más esa imagen de fuerte que durante años había protegido con su eterna sonrisa y optimismo. Esa mañana después de la tormenta, Anya se sentía sin fuerzas y lágrimas de resina empezaron a brotar desde sus ojos por primera vez en mucho tiempo. En realidad, detrás de su aspecto joven y fuerte, Anya escondía un gran secreto; siempre le habían dado mucho miedo las tormentas.

Tamí, era un arbusto que vivía justo en frente de Anya. Nunca antes le había visto llorar, así que muy sorprendido se apresuró a preguntarle qué es lo que pasaba:

– Anya, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?

– Tamí… No sabía que me estabas mirando… Estoy bien… No me mires, no quiero que me veas llorar. No ocurre nada…

Pero Anya –continuó muy preocupado Tamí– nunca antes te había visto llorar… confía en mí, ¿Qué es lo que sucede?

Me siento tan cansada de hacer frente a estos vientos y a estos aguaceros… –respondió Anya– pero no importa… No te preocupes por mí, mañana será otro día y quizás no llueva y lo vea todo diferente…

Tamí apenas sabía qué decir, Anya era un ejemplo para él de fortaleza, las palabras se le quedaban atravesadas en la garganta.

– Anya.. yo… yo… no sé qué haría… en tu lugar. Yo me sirvo de esta roca para protegerme y si me pongo en tu lugar, me resulta muy complicado… eres muy valiente, todos lo dicen.

– No es cierto Tamí, es lo que os muestro de mí, pero no soy valiente. Si tan sólo pudiera ser más grande… Mira esos árboles fuertes, robustos… mira su gran tronco, sólo los huracanes pueden doblegarlos… Cómo me gustaría ser ese árbol Tamí, con su tamaño estoy segura de que no tendría miedo a las tormentas.

Agus, un árbol que vivía muy cerca de Tamí y Anya, estuvo escuchando la conversación y ante la tristeza de Anya, decidió intervenir.

– Siento mucho entrometerme, pero este lugar no es muy grande y sin querer, he escuchado vuestras palabras…

Tamí y Anya miraron hacia arriba, un árbol inmenso les estaba dirigiendo la palabra y eso no ocurría muy a menudo, ya que sus copas quedaban muy alejadas del suelo.

– Las tormentas son inevitables querida Anya, tanto, que ninguno de nosotros podemos librarnos de ellas. De nada sirve que vivamos preocupados por saber cuándo será la siguiente, pero si algo bueno tienen las tormentas, es que siempre nos avisan con sus nubes negras acercándose poco a poco y tal y como vienen, siempre se van

.– Hasta la siguiente tormenta Agus… Hasta la siguiente… -replicó Anya. Claro, tú puedes ver así las tormentas, porque eres fuerte y grande, pero mírame a mí… en cada tormenta me pongo rígida para que mis pequeñas ramas no se rompan y aun así, muchas de ellas no consiguen soportar los duros vientos...

– Mira Anya, tú puedes verme a mí como un árbol robusto e implacable, que afronta cada tormenta con entereza y serenidad. Puedes sentir envidia porque mis ramas no se quiebran o porque pasada la tormenta no miro al cielo con miedo pensando cuándo será la siguiente… ¿Pero sabes una cosa Anya.

– Dime… – respondió Anya muy intrigada.

– Yo también sé lo que es vivir con miedo a las tormentas y querer ser quien no soy. Años atrás, en la época en la que las tormentas nos dan un respiro, este lugar era visitado cada fin de semana por familias enteras que venían de picnic. Recuerdo un día, que amaneció soleado, cómo la zona se llenó de personas dispuesta a pasárselo bien. Pero poco a poco el sol se fue ocultando tras las nubes grises y empezaron a caer las primeras gotas. Tengo que confesarte que yo también me sentía pequeño y frágil cuando una tormenta me sacudía, tenía tanto miedo de que se me quebraran las ramas, que era incapaz de agitarme a la mañana siguiente… Aquel día, vi por primera vez como la gente, asustada por las nubes negras, y las cuatro gotas que empezaban a caer, se levantaban y se iban del lugar. Anhelé con todas mis fuerzas tener sus piernas para correr, quise poder moverme para ponerme a salvo, quise gritarles que yo también tenía miedo… Pero fue en vano, así que aquí tuve que quedarme, soportando lo que más miedo me daba en el mundo… Esa misma tarde, una mujer regresó para recuperar una cesta que con las prisas de la lluvia se había dejado olvidada. Era una mujer preciosa. Vino sola, y parecía estar muy triste. Cuando acabó de meter dentro de la cesta todas las cosas que habían quedado esparcidas por el suelo, se acercó a mí con lágrimas en los ojos, puso su mano sobre mi corteza y pude escuchar las siguientes palabras: "Cómo me gustaría ser tú. Aquí, inmóvil, sin problemas a los que hacer frente…".

Tamí y Anya se miraron con cara de sorprendidas al ver como los ojos de Agus se habían llenado de lágrimas al recordar las palabras de esa misteriosa mujer.

– ¿No os parece increíble? ¡Yo deseé ser como ella para huir de mis miedos! En ese momento no entendía nada… –continuó Agus–. Ellos podían huir de lo que a mí me aterrorizaba y sin embargo esa mujer me decía que quería ser como yo, ¡qué locura! Estuve días dándole vueltas a esta situación, y entonces, comprendí algo importante; todos, absolutamente todos, vivimos tormentas a las que tenemos que hacerles frente, Anya. Hay quien puede o decide esquivarlas poniéndose a resguardo, pero solo quienes les hacen frente, aprenden la manera de anticiparse y sobreponerse. Aprende a bailar con los vientos Anya, ahora que eres joven. Y nunca olvides que hasta el árbol más fuerte, también ha tenido miedo de las tormentas.

Por Marta Aguado.

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Escrito por

Marta Aguado

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